Algún destino reserva casualidades especialmente crueles. La última fiesta nacional española del 12 de octubre amaneció sobrecogida y enlutada, porque el catedrático y filólogo Robert Jammes, alto vértice del hispanismo francés, se había marchado hacia la eternidad de las gentes de bien. Ocurrió en Villefranche-de-Lauragais (Haute-Garonne).
Tres días antes le precedió el historiador Joseph Pérez, otra cumbre gala de bien fundado prestigio internacional. Dos orfandades que mucho duelen, más si cabe a quienes tuvimos la fortuna de frecuentar su trato. Ambos sabios se fueron de puntillas entre penas familiares cuando arreciaba el temporal de muertes al arbitrio de una peste homicida. Junto a su familia, un reducidísimo grupo de amigos íntimos y colegas despedimos a Robert durante una ceremonia laica y entrañable en el crematorio de Pamiers, a medio centenar de kilómetros de Toulouse. Venía un mediodía gélido desde la ladera de los Pirineos. En la sala del sepelio sorprendieron las ausencias de colegas y del pésame oficial de la ministra del ramo o de la presidencia de la universidad tolosana, que mucho le debe, tan olvidadiza. Aunque, cierto es, no faltó el sentido obituario oral de quien fuera uno de los compañeros más próximos del fallecido...
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Versión francesa : « Sur le mode élégiaque: Robert Jammes et ses lecciones solemnes de génerosité », in Les langues néo-latines, num. 306, mars 2021.
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